La pérdida, cualquier pérdida, sacude nuestro mundo conocido, nuestra rutina, el orden de las cosas. Desde la más pequeña que nos da coraje, como perder las llaves o que nos roben la cartera, hasta la más grande e irreparable, que nos devasta, como la muerte de un ser querido. Perdidas mayores y perdidas menores, irremediables o no, todas aportan su cargo de dolor, de estrés y desde luego de enseñanza.

Mucha gente ha dicho que lo peor de la pérdida es que la vida no se acaba con ella. Al contrario, sigue adelante con sus exigencias, dejándonos atrás, quitándonos el aliento, demandando de nosotros una fuerza que, al menos en ese momento, no tenemos.
Sin embargo, son esas pequeñas o grandes cosas cotidianas que no podemos dejar de hacer, las que abren pequeñas ventanas en nuestra pena y constituyen un vínculo con la realidad. Cosas tan sencillas como lavar los trastes, hacer la cama, poner la ropa en la lavadora, o no tan simples, como volver al trabajo, son de hecho asideros que nos recuerdan que seguimos vivos a pesar de la experiencia y que no debemos dejar pasar mucho tiempo antes de volver a la normalidad.
¿CÓMO NOS AYUDA LA PÉRDIDA?

La pérdida nos lastima pero también nos ayuda a crecer espiritualmente, a hacernos mas fuertes, más maduros, más sabios. este tipo de golpes de la vida que, si logramos superar, salimos de la experiencia con un nuevo conocimiento de nosotros mismos y de nuestra propia fortaleza.

Además, la perdida es inevitable.Durante toda nuestra vida experimentamos procesos de perdida y ganancia. Así las perdidas pueden ser de muchos tipos y dimensiones: la separación de nuestra pareja por un divorcio, perder un empleo, una mascota querida, un nivel socioeconómico, de nuestra seguridad, etc.
Cualquier cambio implica también una pérdida: perdemos lo que dejamos atrás. El hecho de sustituir lo que teníamos por algo nuevo puede ser a veces una experiencia difícil, por que siempre implica tomar una decisión: quedarnos como estamos o atrevernos a cambiar.
El proceso de desprenderse de algo es por cierto difícil. Los seres humanos solemos ser posesivos y además nos apegamos a nuestro entorno, la rutina la presencia de nuestras cosas y de nuestros seres amados. Forman parte de nuestra seguridad. Por eso cuando experimentamos una pérdida, esa seguridad se resquebraja, en mayor grado, cuanto más grande es la pérdida.

BIBLIOGRAFÍA: Luis Hazel N. & María León. (2009) No Hay Mal Que Dure Cien Años. El Camino Hacia La Superación De Una Pérdida. Editorial Época, S. A. de C. V. México, DF.